Es imposible ser soberbio ante Dios, porque ante Él nuestra nada se hace evidente.
Por tanto, la soberbia es señal de una actitud atea: solo el hombre sin Dios puede ser soberbio.
Incluso, gente aparentemente religiosa que muestra la soberbia de sentirse superior a los demás (‘gracias señor por no ser como ese publicano’), solo puede lograrlo de espaldas a Dios pues si mirara a Dios aunque fuera de reojo y de vez en cuando, se daría cuenta de su propia indignidad y no podría sentirse mejor que nadie.
En consecuencia el sello de una vida en presencia de Dios es una humildad sin medida.